Suena el teléfono, es una compañía telefónica. Ese día han
tenido suerte y me han pillado de buen humor, así que les escucho para ver si
me ofrecen alguna promoción interesante y mejoran el penosos contrato de fijo e
Internet de la cual estoy actualmente afiliado. Me ofrecen jauja y acepto
gratamente: el triple de velocidad y a un precio inferior al de mi factura
actual. Como es habitual en estos casos el chico, con un melodioso acento de
algún país de America latina, procede con los trámites burocráticos establecidos.
Ésta ocasión no es diferente a las demás ya ocurridas anteriormente en otras
compañías, ya sean de teléfono, luz, gas, etc. Al preguntar por el nombre de la
calle en la que habito y al yo responderle que vivo en el campo y en
consecuencia no hay calles surge el conflicto.
¿Pero tendrá que haber
una calle?
Le repito el nombre de mi casa (que es lo que se pone en la
casilla de Calle) y le vuelvo a decir
que en medio del campo no hay calles.
Finalmente logro hacérselo entender (a duras penas) y le
deletreo el nombre de mi casa, nombre algo complicado para los
castellano-parlantes no familiarizados con el catalán que comparte con una
ciudad de Barcelona en el que todos los años se celebra un festival de cine.
Pero el chico, después de introducir el nombre tal cual yo
se lo he dicho me responde que no le sale en el ordenador, que no está en la
base de datos, que tendrá que haber una vía o algo. Después de insistir consigo
convencerlo de que con el nombre de la casa y de la zona, mas pueblo, apartado de
correos, provincia y código postal es suficiente. A regañadientes lo acepta y
me dice que mañana me volverán a llamar para verificarlo todo.
Al día siguiente me llama uno de los jefes de la central de
Madrid, amable, atento, contento por tener un nuevo cliente a quien sacar pasta
y atar a sus servicios. Pero al verificar los datos personales el viejo y
familiar conflicto renace:
¿Pero tendrá que haber
una calle?
Con paciencia repito todo el proceso del día anterior
repitiendo lo mismo sintiendo una incómoda sensación de déjà vu. Pero al final dejamos el contrato cerrado, y al pensar en
la trepidante (ridícula para la gente de ciudad) velocidad de la línea y la
reducción de la factura me congratulo.
Al cabo de un par de días me llama una amable chica de la
misma compañía y temo que la misma historia de la calle se vuelva a repetir,
pero no es así, es peor. La famosa ampliación de la línea de la que me habían
hablado resulta que no llega a mi casa por lo que todo esfuerzo anterior había
sido en vano.
A las pocas horas suena de nuevo el teléfono, es mi actual
compañía, que se ha enterado de mi intento de exilio a la competencia. Al
preguntarme por mi satisfacción con el servicio recibido y al responderles yo LENTA Y CARA me ofrecen un descuento de
29,95 euros en mi factura para toda la vida… menos da una piedra.
Por cierto, si algún teleoperador, sea del país que sea lee
esto: EN EL CAMPO NO HAY CALLES.