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domingo, 27 de febrero de 2011

1- Comando


En un oscuro callejón de un suburbio de Adan, la gran capital celestial de Edenia, tres sombras se movían a gran velocidad. Su única compañía, la luna, asomando por detrás de la lúgubre catedral abandonada. Tenían un objetivo muy claro, debían robar un carro militar lleno de rifles láser de última generación. Un disparo de una de aquellas armas era capaz de pulverizar a una persona, a parte de ser ligera y de fácil manejo. Eran un prototipo que habían traído para que el ejército celestial las probara. El subcomandante  celestial Sapus, se encargaba de supervisar todo el armamento antes de ser distribuido entre sus filas.
-         Ya estamos cerca – Andrus había sido elegido para capitanear esta misión. Era como todos los edenitas oscuros alto y de piel color café con leche. Tenía una cicatriz que le cruzaba la cara desde la sien hasta la barbilla, una herida de guerra.
-         Si, no podemos fallar, esta es una oportunidad de oro – León era experto en infiltración y, a pesar de su corta edad, ya tenía cierta experiencia en este tipo de misiones. Él era un edenita común, pero circunstancias de la vida lo habían llevado junto a su hermana menor Panterra, tercer miembro del comando, a alistarse al ejercito rebelde.
Los tres mercenarios iban igualmente vestidos con pantalón, jersey y botas largas de color negro. Su busto iba recubierto por una sólida y a la vez ligera armadura de combate gris oscuro. Su rostro y sus cabellos iban recubiertos con un yelmo el cual solo permitía que se les vieran los ojos. En la tenue luz de las farolas solo parecían tres manchas mas en la oscuridad.
-         Ya llegamos, dos calles más al norte y, teóricamente,  en exactamente tres minutos el carro blindado pasará por allí – dijo Panterra.
El emperador Mefistus III, conocido como el Dios, nombre que se había puesto él mismo, hacía 15 ciclos que reinaba, y su tiranía, al igual que su poder, habían superado con creces a su grandioso padre, hasta la fecha el más importante de todos los tiempos. Los rebeldes intentaban, con poco acierto, plantarle cara. Pero todo había empezado hacía milenios, en los tiempos antiguos desde que la familia Satirus empezara a  reinar en el planeta Edén y en gran parte del universo, al igual que hacía miles de años que existía una resistencia que, infructuosamente, se les oponía.
-         Mirad, allí hay un furgón  – Observó León.
Efectivamente un furgón estaba  parado en la acera del callejón. A aquellas horas de la noche no había un alma en la calle ya que en Adán, capital del universo, quien quebraba el toque de queda era severamente castigado.
-         Esto es muy sospechoso – rumió Andrus – no parece que haya nadie en el furgón.
-         Voy a echar un vistazo más de cerca – León se echó al suelo y reptó como una serpiente. Era el más rápido y el más sigiloso. Entonces se comunicaron por el comunicador instalado en el casco. El eficaz y meticulosamente codificado sistema les permitía comunicarse entre ellos a grandes distancias.
El furgón debía pasar por allí en dirección a la base de entrenamiento del imperio que tenía a las afueras de la ciudad, por lo que encontrárselo allí parado, fue una sorpresa para el comando. León miro al orto callejón buscando a sus compañeros del comando 3, y efectivamente allí estaban a unos metros, y el comando 2 no debería tardar demasiado en aparecer por el otro extremo del callejón. Se suponía que debía disparar un cañonazo con un rifle láser desde el extremo norte, mientras el comando 3 y el 1 al que pertenecían León, Panterra y Andrus debían asaltarlo desde el sur. Pero algo había cambiado. Escondido detrás de unos contenedores de basura, observó como los tres chicos del comando 3 se acercaban al carro. Cuando León iba a salir de su escondrijo, de repente un estremecedor estruendo rompió el silencio nocturno y el furgón saltó por los aires. León cayó de espaldas y un montón de restos del vehiculo le cayeron encima. Conmocionado y completamente sordo se incorporó con dificultad, y la imagen que vio le cortó la respiración. Un hombre del comando 3 había salido disparado más de diez metros de distancia y se había estrellado contra la pared de un edificio. Era imposible que hubiera sobrevivido., de sus otros dos compañeros solo quedaban restos difícilmente reconocibles. León se quedó conmocionado mirando la escena sin saber que hacer, no podía escuchar nada debido a la explosión. Sólo reaccionó cuando Panterra le tiró del brazo desde atrás. Su hermana le gritaba algo pero solo escuchaba un murmullo y era incapaz de entenderlo. La chica le tiraba del brazo y le hablaba, el fuego del carro en llamas se reflejaba en su cara. Finalmente León logro escuchar que le decía:
-         ¡Es una trampa! Debemos huir de aquí.
Entonces ríos de soldados celestiales empezaron a salir por todas partes.
-         ¡Estamos perdidos!, ¿qué podemos hacer?  - gritó Panterra a sus compañeros.
-         Yo no moriré sin luchar – Andrus había visto la muerte muy de cerca en innumerables ocasiones y no la temía.
Una pequeña puerta metálica de un ruinoso edificio se abrió y dos miembros del comando 2 salieron corriendo de ella. Pero no iban solos, una decena de soldados los perseguía, habían encontrado su escondrijo. Uno de ellos disparó y alcanzó a un miembro del comando. Se trataba de un chico joven que no hacía mucho que había ingresado en la resistencia, y en su segunda misión le abrieron un agujero del tamaño de un huevo en el pecho a la altura del corazón. Cayó inerte al suelo. El otro miembro del escuadrón logró escapar y reunirse con sus compañeros del comando 1.
-         ¡Nos han engañado!, ¡era todo una trampa!, ¡esto es el fin!
-         ¡Flip!, ¿dónde está el Jaq? - el francotirador y tercer miembro del comando 1, preguntó Andrus.
-         ¡Está muerto!, como nosotros en unos segundos.
Los cuatro se refugiaron detrás de unos contenedores de basura, un refugio inútil ya que estaban acorralados. Era el fin, nada podía salvarlos.
               En un ataque desesperado Andrus salió suicidamente y empezó a disparar contra los soldados. Consiguió abatir a cinco de ellos pero sus oponentes sumaban más de cincuenta, y allí acribillaron a uno de los hombres más valiosos de la resistencia. Centenares de disparos impactaron en su cuerpo destrozándolo fácilmente.
-         Esto es el final - León sacó el arma para seguir los pasos de su capitán entonces algo ocurrió.
Los soldados se acercaban lentamente, con los escudos en alto y en formación hacia sus víctimas. Sin piedad. Les habían enseñado la calaña que eran los miembros de la resistencia. Les habían dicho que entraban a las casas a robar y a matar a los ciudadanos, que violaban a las mujeres y después las mataban, que secuestraban a niños para venderlos como esclavos. Les habían lavado el cerebro para que los vieran como a monstruos.
               Una blanca luz cegó a los tres comandos atrapados. Entonces el aire se enfrió y la luz empezó a cambiar de colores. Una silueta se materializó ante ellos. Ante sus sorprendidos ojos surgió un extraño ser. Tenía forma humana, pero un enorme rabo le surgía a continuación de la columna vertebral. Su piel era verde y rugosa a excepción de una línea amarilla que le cruzaba desde los hombros por los brazos hasta la altura de la muñeca acabando en punta. Su única indumentaria era un redondo casco azul, y una coraza del mismo color. Llevaba una pequeña computadora en el brazo derecho. No cabía duda, era un reptil, un lagarto. Su cabeza era pequeña y estaba provista de un hocico. Por nariz tenía dos pequeños agujeros en la extremidad del morro. Sus ojos eran amarillos, y su pupila una raya negra. Al parpadear, dos membranas en cada ojo (inferior y superior) se cerraban y abrían rápidamente.
               Instintivamente Flip hizo el movimiento para encañonarle, pero veloz como el viento aquel lagarto le arrebató el arma.
-         Tranquilos, vengo a sacros de aquí - su voz era ronca y siseante.
-         ¿Cómo? – Panterra no daba crédito a lo que veían sus ojos - ¿quién eres tú?
-         No queda tiempo para explicaciones, si queréis vivir tenéis que seguirme.
-         ¿Cómo nos podemos fiar de ti? - desconfió Flip.
-         No os queda alternativa, ¡vamos! En unos segundos van a liquidaros, el que quiera vivir que me siga – y aquel lagarto saltó a la extraña luz de la que había salido y tal como había aparecido, desapareció.
Los tres comandos no podían creer lo que veían. León acercó la mano a aquella extraña luz y comprobó que su mano también desaparecía.
-         Es una especie de portal, debemos saltar a él
Y sin pensárselo dos veces saltó.
-         Vamos.
Seguidamente su hermana Panterra siguió sus pasos. El acongojado Flip se asomó por un costado del contenedor para evaluar la situación, y era muy crítica, los soldados ya estaban encima. Así que apretó los dientes, cerró los ojos y saltó a aquel extraño portal, desapareciendo también.
               Los soldados se acercaron cautelosamente a las acorraladas presas. Algo se movió detrás de aquellos cubos, así que sacaron las armas y empezaron a disparar sin piedad. Los disparos literalmente destrozaron los contenedores, dejándolos completamente calcinados; aún así, siguieron disparando al menos un par de minutos más hasta que el comandante levantó el brazo y automáticamente todos dejaron de hacerlo. Con un gesto de manos ordenó a uno de los soldados de la primera fila que comprobara el resultado de su trabajo. El soldado inmediatamente se acercó al montón de restos de basura, cenizas y plástico fundido.
-         Comandante, aquí no hay rastro de ningún ser.
-         ¡¿Cómo?!, ¿querrás decir de ningún ser vivo? – la enojada voz del comandante atemorizó al soldado.
-         No, no señor – dijo con temblorosa voz el soldado – no hay rastro de ningún ser ni vivo ni muerto, no hay nadie.


martes, 22 de febrero de 2011

Te amo



¿Cómo se puede llegar a amar tanto a una persona?
Estás convencido de que tu vida ha empezado, o ha emprendido el rumbo deseado, al encontrarla. El sentir y compartir su dolor, notando tu corazón escurecer al son de su tristeza. Sentir su excitación al recibir una nueva dicha y percibir que, aún estando nublado, los rayos del sol te bañan con su gratificante luz.
El pesado y denso vacío que produce el espacio cuando te distancias de ella, aunque sea solo por poco tiempo, es insoportable. Sientes que un cuchillo mal afilado te desgarra el corazón, destrozándolo en su corte.
Tales sentimientos te llevan a glorificar a una persona para el resto del mundo normal. La adoras, la amas incondicionalmente sobre todas las cosas, ella es tu religión. Porque para ti, ella lo es todo, y sin ella… no hay nada.
Siempre he sido un soñador, y las bofetadas que me dio la vida me llevaron a pensar que mis sueños no eran nada más que eso, sueños. Pero uno es hizo realidad; ella se hizo realidad. Eso me ha demostrado que los sueños en ocasiones pueden llegar a cumplirse. Una de esas miles de estrellas a las que les pides deseos, puede llegar a escucharte.
Tal vez sea otro de mis sueños; tal vez el tiempo re-humanice a mi diosa, tal vez…
Pero yo quiero seguir soñando y pensar que será eterno.

Juntos, aún en la distancia.

PD: Puede que haya provocado náuseas a alguna persona. Lo siento, me compadezco de ella. Nunca dejéis de soñar porque, nunca se sabe.

domingo, 20 de febrero de 2011

0 - Prólogo

NOTA: Prólogo de la novela que empecé a escribir en Mayo de 2007, y espero acabar algún día de estos. Es posible que sea algo tópico y/o típico pero luego no todo es lo que parece. No sé si conservarlo o escribir otro nuevo. Veré críticas siempre aceptadas.

Aquella noche Mefistus no podía pegar ojo. Su padre estaba enfermo. El gran emperador, el más grande de todos los tiempos, el que había conquistado la asombrosa suma de 345 planetas, de los cuales 43 habían sido eliminados del universo y 134 habían sido colonizados y convertido a sus emperadores en siervos del Imperio Omega. El resto, se habían convertido en bases militares o en suministradores de recursos y sus habitantes convertidos en esclavos o simplemente asesinados. Pero a Mefistus no le preocupaba que su padre estuviese enfermo, al contrario, le preocupaba que pudiera recuperarse. Así que se levantó de la cama y cogió el cuchillo de amarfita que le había regalado su progenitor hacía varias semanas. La amarfita era un precioso metal extraído del planeta Amufis antes de ser pulverizado en el universo. Era el metal mas resistente que se conocía y su brillo verdoso lo dotaba de gran belleza. Mefistus iba descalzo y en la oscuridad de la noche no se escuchaba más que el canto de un pequeño grillo en el jardín de las flores bajo de la ventana del pasillo que daba al dormitorio de su glorioso padre. Abrió la puerta que chirrió levemente. Entro sigilosamente en la habitación, y allí se encontraba su padre, sumaba la longeva edad de 147 ciclos, su joven hijo, producto de su tercera esposa, no quería que llegara a los 150.Una fina mosquitera cubría la cama que estaba situada en el centro de la amplia estancia; la apartó cuidadosamente. Llevaba demasiado tiempo esperando su turno, él era el heredero del trono ya que era el varón de más edad entre los siete hermanos y hermanas de cinco mujeres diferentes. El anciano estaba profundamente dormido, respirando entrecortadamente. El príncipe sabía que probablemente su padre se recuperaría, ya que en los últimos años el anciano había tenido otros achaques similares de los que había salido indemne, pero de este no saldría. El chico se sentó en la cama y miro el rostro de su anciano padre. Había sido un gran emperador pero él no se conformaría en ser un simple emperador  yo seré un dios, seré omnipotente le susurró al oído. Entonces el gran emperador Baalidus VII abrió los ojos. Primero se sobresaltó pero luego se calmó al ver a su amado hijo junto a él. Entonces Mefistus dio un afectuoso beso en la frente a su padre, y al incorporarse levantó velozmente el arma y se la clavó con fuerza en el pecho, a la altura del corazón. El moribundo abrió la boca para emitir un débil gemido pero el parricida se la tapó impidiendo el grito. Adiós padre una maléfica sonrisa se dibujo en su rostro.

Mefistus se levantó orgulloso del trabajo realizado. Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con Armadius, el fiel servidor que llevaba más de trescientos años al servicio de su padre. El humilde hombre cuidaba del emperador todo el tiempo, de noche y de día. Su arrugado rostro no daba crédito a lo que estaba viendo. El vaso de agua que llevaba en las manos se le resbaló y se precipitó al suelo apenas sin hacer ruido amortiguado por la alfombra roja que cubría el suelo de la habitación.
-         ¿Qué ha pasado aquí mi señor? – enarcó las cejas incrédulo
-         Si es nuestro querido sirviente Armadius, ¿Qué tal te encuentras? – empezó el príncipe –  nuestro mas preciado servidor, como le agradezco todo lo que ha hecho por nosotros en todos estos años – hizo una leve pausa reflexionando sus próximas palabras – siempre has estado aquí, gracias.
-         ¿Qué quiere decir mi señor?, no comprendo lo que está pasando.
-         La verdad es que no había pensado en como explicar lo sucedido aquí, pero ahora ya lo sé, siempre tan oportuno querido mío – la retorcida mente del príncipe cavilaba y de pronto se iluminó.
Veloz como el viento se abalanzó sobre el estupefacto anciano y le abrió un tajo en el cuello con su ya ensangrentada arma.
-         Le contaré a la gente que eras un espía de los rebeldes, que mataste a padre y luego te quitaste tu propia vida – un gorgoteo sonó en el cuello de Armadius, y la sangre empezó a salir a borbotones. Mefistus no pudo contener las carcajadas al ver la cara de impotencia del sirviente.

               Después de aquello, Mefistus volvió a la cama. Lo había dejado todo listo, de manera que todas las culpas recayeran en el pobre esclavo que había dado su vida a la familia del emperador. Ahora seria visto como un traidor, y su cuerpo serviría de comida para las bestias del coliseo. Le supo mal, aunque el sacrificio valía mucho la pena. Sus ojos se cerraron lentamente, y disfrutó de maravillosos y placenteros sueños el resto de la noche.



Otros relatos relacionados:
León:

Lunaria:

La leyenda de los topos:

viernes, 11 de febrero de 2011

Dolores (IV) Resurrección.


NOTA: Aunque el final de Dolores escrito por Alberto Batanero en su blog (PEQUEÑECES http://albertobatanero.blogspot.com/ ) me resultó realmente interesante, lo cierto es que al final me apiadé de la pobre Dolores y me condujo a escribir ésta, su cuarta parte. Espero que os guste.
Dolores despertó sobresaltada. Las sábanas estaban completamente mojadas debido al sudor, y el calor de la mañana augurando otro fatal día de agosto no favorecía al bienestar. Debido a tales temperaturas, llevaba varias semanas sin apenas pegar ojo, y las pesadillas le atormentaban el poco tiempo en el que se suponía que debía descansar. Aunque los sueños siempre empezaran inquietantemente placenteros, de tal modo que humedades bajas recién descubiertas (o tal vez olvidadas) se mezclaban con el sudor en las telas, siempre acontecían con un fatídico final.
Después de una reconfortante ducha, acercando la alcachofa a las zonas más sensibles y sintiéndose rejuvenecida por momentos, se puso su pamela y emprendió camino, al igual que siempre hacia, hacia la cafetería. Sus rítmicos pasos cada día reducían la velocidad, ¿qué le estaba pasando? Debía ser cosa de la edad. Durante años, aquella rutina le había hecho feliz. Desde que muriera su marido, esa había sido su actividad preferida, la que le inyectaba las ganas de seguir viviendo. Y es que su difunto esposo jamás le permitió entrar en ningún bar, ya que, según él, esos sitios estaban llenos de hombres indecentes y de miradas lascivas. Y precisamente ese era el motivo por el cual Dolores siempre había tenido curiosidad por ir. Pero había llegado demasiado tarde, ningunos ojos lascivos se posaban en ella, ¿quién se iba a fijar en una vieja? A demás, sufrió una tremenda decepción al comprobar que a las cafeterías asistía gente normal, hombres, mujeres, niños, incluso ancianas muchísimo mayores que ella.
De pronto alguien le dio un fuerte empujón.*
-         ¡Gamberro! – gritó.
Los jóvenes de hoy no tienen ninguna consideración, pensó, un chico corría apresurado apartando todo lo que encontraba a su paso. El único que valía la pena era Pepe, el camarero de la cafetería. Él era el único motivo por el que había elegido aquel establecimiento.
Pero algo había cambiado. Miró a través del cristal al joven Pepe. En sus sueños lo que empezaba con buen pie, siempre acababa torciéndose. ¿Sería una señal? Realmente no sintió ningunas ganas de entrar. Pepe era muy amble con ella, pero muy a su pesar, sabía que el chico era amble con todo el mundo, ella no era nadie especial, solo una clienta más que cada mañana se dejaba tres o cuatro euros en el bar. Así que dio media vuelta y se volvió a casa. Con el dinero con el que cada día se compraba el café, se acercó al quiosco y se compró el periódico.

Entró chorreando en casa, se quitó los zapatos, cuyos tacones tarde o temperan le darían un disgusto, y se sentó a la mesa a leer el periódico. Aquella mañana no desayunó, había perdido por completo el apetito.
Leyendo llego a la sección de contactos. Siempre la pasaba, pensaba que aquello era inmoral, ofensivo, indecente, pero… se sentía tan sola. Veré que hay pensó, no creo que haya nada malo en curiosear un poco. Encontró aquello completamente ridículo. La gente estaba loca. Loca y desesperada, como yo. Un anuncio le llamó la atención:

Chico de 23 años, discreto, atlético busca sexo gratis. Mujeres solas en casa no os abstengáis de llamarme, porque soy vicioso y adicto. No os arrepentiréis.
Llamar al…
Marcó y llamó.

Se sintió sucia, ruin vacía, sola…
Lloró.
Y después se sintió mejor.

Aquella mañana se despertó feliz. Lo sucedido ayer… ¿había sido real? O… ¿tal vez un sueño?...
Los recuerdos eran confusos. Se acordaba de aquel chico, ¿cómo se llamaba?... no era capaz de recordarlo pero no importaba. La verdad es que no era muy guapo, más bien era rechonchito, bajito y su cara estaba repleta de granos. Pero era joven, vigoroso y muy atento. Recordaba que habían estado hablando, al parecer no era español pero Dolores tampoco recordaba de donde era. Luego, fueron los dos juntos a la cama. El lecho con el que durante tantos años había dormido con su marido. El empezó a besarla con ternura. Ella sintió como fuerzas que creía extintas regresaban. No podía recordar los detalles, pero recordaba su viejo vestido de luto rasgado. Recordaba estar en la cama echada y sentir la húmeda lengua del muchacho recorrer su cuerpo, recordaba haber volado…
Se levantó y se miró al espejo. Se extrañó al ver en su rostro algo parecido a un sonrisa… le alegró encontrar una arruga nueva en sus mejillas. De repente se sintió joven. No era tan vieja, todavía podía vivir. Era Domingo quién había muerto años ya, no ella. Entonces se acordó de su cuñado. Aquel hombre solo y amargado que vivía en el pueblo. ¿Qué sería de Eustaquio? **
Esa misma mañana tiró todos sus vestidos negros. Luego se marchó para el pueblo a ver si encontraba a su cuñado…


ESTE RELATO HACE REFERENCIA A OTROS ANTERIORES. DIGAMOS QUE ES UN CROSSOVER:


Dolores:

*  Salchichón:

** El capitán Pescaporra:


domingo, 6 de febrero de 2011

¿Vivo o muero?


Vida o muerte.

Ayer todo era oscuro
nubes tapaban el Sol
también yermo el futuro

Vida que decepciona
no deseas despertar
y tu alma te abandona

Soledad del desierto
devuélveme la ilusión
muéstrame el firmamento.

Muerto en vida.

Y deja que mi estrella
de allá pueda descender
abriendo la botella

de la que soy cautivo
aliviándome el dolor
por el sueño perdido.

Vida o muerte.

Deidad, perfecta divinidad
mi creencia, mi religión
escucha y demuestra tu piedad.

Azul y blanca es tu montaña
ven aquí al mar donde estoy yo
porque tu aura me acompaña…

porque sin ti yo muero.

A habiba dyali.

martes, 1 de febrero de 2011

Piratas

2º Relato perteneciente al libro Taller de Escritura Creativa 11, Mayo 2010.
http://www.bubok.com/libros/195747/Taller-de-Escritura-Creativa-Vol-11--Mayo-2010-quotYoQuieroEscribircomquot

El valeroso pirata, después de haber vencido al temible capitán de la marina y haberse enfrentado al kraken abrazó a la princesa. Juntos surcarían los mares ante vientos y mareas y vivirían emocionantes aventuras.
La película acabó y Javi de nueve años y su hermana Sofía de siete salieron del cine emocionados. Después de abrocharse el cinturón en sus respectivas  sillitas en el asiento trasero del coche, jugaron con sus espadas de plástico inducidos por la emoción de la película. Aquella noche soñarían con ella. ¡Quién pudiera ser pirata! pensó emocionado Javi, luchar contra los malvados y vivir trepidantes aventuras.

-o-

No muy lejos de las costas de las Islas Seychelles en aguas internacionales fondeaba apaciblemente el Concha II, nombre que homenajeaba a la esposa del capitán, don José González, de cincuenta y cinco años  natural de Pontevedra. Había trabajado toda su vida de pescador y gracias a unos años buenos, al préstamo de un banco y a algunos sacrificios económicos había conseguido ser uno de los socios mayoritarios del atunero. Sumaban un total de veintiocho tripulantes.
Aquel día también habían tenido éxito. Cada vez que subían las redes estaban rebosantes. De ésta manera las bodegas se habían llenado más pronto de lo esperado, eso significaba que podrían volver a casa antes de tiempo y reunirse con sus familias.
Mientras estaban cenando, el marinero Rachid Agmeth interrumpió al capitán.
Al subir a la cabina de mandos comprobó que estaban recibiendo mensajes de socorro de un barco a no muchas millas. El mensaje parecía en inglés pero no se entendía muy bien. Y como buen hombre, el capitán González decidió socorrerlos.

Todo fue muy rápido. Al encontrar el barco parecía vacío y cuando se acercaron, un ejército cual hormigas se tratase, salió de él abordándolos. Pillaron a la tripulación del Concha II completamente desprevenida. Luego descubrirían que eran piratas somalíes, iban armados hasta los dientes, con armamento pesado, rifles de alto calibre, ametralladoras, etc. Y fácilmente apresaron a todos los tripulantes.

-o-

Mientras Javi y Sofía jugaban con sus espadas de juguete, las noticias anunciaban el terrible suceso del atunero secuestrado en aguas internacionales. El padre de los niños cambió de canal, aquel día había Formula 1 y Alonso había hecho una espléndida pole, aquello sí era importante.
-o-

En el interior del barco el tiempo pasaba muy lentamente. El primer día los habían encadenado a todos en la  cubierta del barco. Sólo se las quitaban cuando tenían que ir al lavabo y aún así en una ocasión uno de los marineros se orinó en cima. Los piratas se rieron. Veinte tripulantes habían sido lanzados al mar cerca de la Isla Victoria, al menos aquellos se iban a librar del cautiverio. Al alejarse de las costas los piratas enseguida se pusieron a disfrutar de su botín. Abrieron los barriles de vino, se hartaron con las provisiones, gritaban, bailaban e incluso se agenciaron con la ropa de la tripulación.
Entre los ocho cautivos estaba el marinero Rachid, natural de Tánger,  encadenado junto al capitán González.
-         ¡Cómo pueden beber así! – se escandalizó el chico magrebí – ¡si son musulmanes!
-         Esta gente no tienen religiones ni leyes, sólo los mueve el poder – contestó el capitán.
-         Estos negros son todos unos salvajes – intervino Julián Contreras, jefe de máquinas natural de  Oviedo y de padre cacereño.
-         No es cierto – se quejó Rachid – es el reflejo de un país en guerra, de una sociedad destrozada y abandonada.
-         ¡Qué sabrás tú, moro! – contestó molesto por haberle contradicho, el jefe de máquinas.
Un pirata les profirió un grito se acercó a ellos y golpeó a Rachid con tremenda violencia en el pecho con la culata de su arma. El chico se retorció de dolor.
-         ¿Qué dice el hijo puta éste? – susurró Contreras.
-         Dice que nos callemos – el marinero Tomás Delgado natural de Puerto de Lomas, Perú, había tenido que dejar la carrera de derecho por falta de dinero y había viajado a España para reunirse con su primo, el cual le había conseguido aquel trabajo.
-         Callaos todos y rezad para que el gobierno decida pagar nuestro rescate – tajó dando por terminada la conversación el capitán.

-o-

Mientras el presidente del gobierno se reunía con su gabinete.
-         Señores, ni la empresa propietaria del atunero ni las aseguradoras están dispuestas a afrontar el pago de tres millones de euros que piden los piratas.
-         ¿Pero no es el capitán uno de los socios de la empresa? – dijo un ministro.
-         Sí, y su cuñado el presidente, y dice que no pueden afrontar semejante pago, al igual que nosotros.
-         ¿Y que haremos? – dijo otra ministra.
-         Confiemos en las fuerzas armadas.

-o-

El tiempo transcurría terriblemente despacio en la cubierta del Concha II. Las piernas de los marineros estaban entumecidas por la falta de movilidad y por las frías y húmedas noches a la intemperie. Apenas podían dormir sentados encadenados los unos con los otros. En cambio los piratas cada noche estaban más borrachos. Sus nervios estaban a flor de piel, no recibían respuestas por parte del gobierno español y empezaban a tener reyertas entre ellos. Cada vez les daban menos comida y bebida y la incertidumbre se hacía insoportable.
Debido al golpe, a la humedad y a la desnutrición Rachid Agmeth cayó enfermo, la fiebre se apoderó de él. El capitán González y el marinero Xabi Etxeberría de veinticinco años y natural de Irún  eran los que estaban a su lado y los que lo ayudaban a beber y a comer e intentaban acomodarlo para que pudiera dormir.

-o-

Mohamed o como era mas conocido Iceman había perdido todo respeto por la vida a los nueve años, cuando mató a una persona por primera vez. Su joven madre murió de malaria cuando él apenas tenía seis y su padre fue asesinado en la guerra. A él lo cogieron y lo entrenaron hasta volverlo totalmente insensible al dolor, a la muerte. Lo único que lo movía para seguir viviendo era el poder. Cuanto más tuviera mejor viviría.  El gobierno de aquel ridículo país todavía no le había contestado y estaba empezando a perder la paciencia. Decidió entonces que debía darles una lección. Aquellos estúpidos pálidos iban a enterarse de quién era.

-o-

Una mañana, dos piratas se plantaron ante los cautivos. Sus rostros eran inamovibles y no presagiaban nada bueno.
-         ¿Qué querrán de nosotros ahora? – comentó el marinero mas joven, Xabi.
-         Dios quiera que no nos hagan daño – le respondió el peruano Delgado.
Los piratas hablaban entre ellos mirando a los cautivos. Finalmente señalaron a Rachid, cuyo estado no mejoraba con el tiempo.
-         Al fin y al cabo son humanos, supongo que querrán ayudar al moro – señaló casi contento el jefe de máquinas Contreras, cuya enorme panza había disminuido en los diez días que llevaban encadenados.
Agarraron al marinero enfermo y lo pusieron de pié de un fuerte tirón.
Los ojos rojos de Rachid miraron a sus compañeros con tristeza y con un hilo de voz dijo:
-         Adiós compañeros, que Dios os proteja.
En menos de un segundo el capitán lo entendió todo, Rachid había entendido a los piratas cuando hablaron entre ellos. Su lengua era el somalí pero a veces decían cosas en árabe y en otra extraña lengua.
-         ¡Van a matarlo!
Sus compañeros al comprenderlo sacaron fuerzas de sus agotados cuerpos e intentaron ponerse de pié pero uno de los piratas los empujó sin mucha dificultad con su arma. Uno se resistió.
-         ¡Hijos de puta! – Gritó el corpulento jefe de máquinas – ¡meteos con uno que esté en sus plenas facultades físicas!, ¡dejad al moro! – con su fuerza sin igual se puso de pié y el golpe de su agresor rebotó en su cuerpo. Se las apañó para levantar lo suficiente las cadenas como para  pasarlas por el cuello del somalí y si no fuera porque el otro le dio un golpe en la cara rompiéndole la nariz y haciéndole caer de espaldas habría ahogado al pirata.

Esa misma noche un corpulento cuerpo cayó al agua con un tiro en la frente. No aparecería hasta semanas mas tarde en la costa este de Madagascar.

El abatido Rachid lloró desconsoladamente aquella noche y no fue el único. El capitán un hombre curtido, duro después de muchísimos años en alta mar, sintió las comisuras de sus ojos humedecerse.
-o-

-         No podemos esperar más tiempo – dijo el presidente después de haber visto el vídeo que habían recibido de los piratas - ¿qué dirán de nosotros si dejamos que maten así a nuestros marineros?
-         Sí, y encima los de la oposición se pondrán las botas – dijo un ministro – esto puede hacernos perder las próximas elecciones.
El presidente asintió.
-         Ya va siendo hora de que nuestros soldados actúen.

-o-

Los exhaustos y desanimados marineros ya apenas hablaban entre ellos. Las fuerzas les fallaban, todos los huesos de sus cuerpos les dolían a cada movimiento. La salud de Rachid empezaba a ser verdaderamente preocupante, se pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo. Pero la noche del día trece sucedió algo.

Unas sombras surgieron del agua y escalaron por ambos laterales de los barcos. El capitán que era uno de los únicos que apenas podían dormir por las noches, divisó a las sinuosas figuras invadir el barco. Se arrastraban por el suelo serpenteando silenciosamente. El joven pirata encargado de vigilar a los cautivos giró la cabeza su cuello crujió y ya estaba muerto. Otros cuatro piratas que vigilaban en cubierta también murieron sin emitir sonido alguno. Una de las sombras se acercó a los prisioneros, al mirar al capitán posó el dedo índice en sus labios. Mientras les rompía las cadenas con una enorme tenaza, el silencio se rompió en el interior del atunero. Gritos, ráfagas de balas surgidas de las armas de ambos bandos y otros estruendos invadieron el silencio. Fue todo muy rápido.
-o-

Iceman estaba degustando un sabroso brandy reserva que el capitán guardaba en su camarote. Al oír ruido afuera supo que su fin había llegado. Se sentó tranquilamente en el asiento del camarote y dio un generoso trago a su copa, sacó su pistola y un segundo después sus sesos se esparcieron por toda la cámara.
-o-

-         Señor presidente, la operación ha sido todo un éxito.
-         Excelente.
-         ¿Cómo explicaremos las muertes de todos los piratas?
-         Diremos que pagamos el rescate y que huyeron, no creo que nadie sepa quiénes eran ni cuántos. Así evitaremos reprimendas.
-         Muy buena idea señor presidente.

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En las noticias volvían a hablar del secuestro del atunero, “¡Qué pesados!” pensó el padre de Javi y Sofía “no hablan de otra cosa” pero al menos los habían liberado.

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Cuando los marineros llegaron al puerto de Cádiz sus familiares los estaban esperando con lágrimas en los ojos, aunque ésta vez de alegría. Mientras en Oviedo se habían declarado dos días de luto y una viuda lloraba desconsoladamente la muerte de su marido.
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“¡Qué maravillosos son los piratas!” pensó Javi. Él y su hermana jugaban con sus espadas de madera. Tomi, su perro, hacía de bestia y los dos valientes piratas luchaban con ella y finalmente la vencían.
¡Qué maravillosos eran los piratas!

FIN