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viernes, 10 de diciembre de 2010

Lobos


Cuando estaba a punto de desfallecer, un ángel me salvó, o ¿tal vez fue un demonio?

            Mi nombre es Jaques Robespierre, y como buen francés partí con el ejército de Napoleón hacia Rusia, nuestro objetivo: invadir Moscú. Al principio a penas tuvimos resistencia y después de algunas batallas en las que derrotamos sin dificultades a los rusos, nos acercamos a nuestro objetivo. El avance y las victorias nos dieron ánimos para soportar las gélidas temperaturas que empezaban a menguar nuestras fuerzas. Pero el desolador paisaje de la imponente ciudad arrasada nos derrumbó. Las paredes negras de los edificios pasto de las llamas, nos avisaban de que lo peor estaba aún por llegar. Entonces las provisiones empezaron a escasear y la hambruna invadió a las tropas. Moscú más que una ciudad parecía un cementerio, no había alimentos en ella y el permanecer entre las ruinas hacía difícil el resguardo. El recordar el calor de nuestro hogar empezó a hacerse insoportable. Así nuestro emperador Bonaparte decidió que la mejor opción era la retirada y así se hizo. El regreso fue aún mucho peor, el camino estaba obstaculizado por la nieve y el hielo. Uno tras otro mis compatriotas más débiles y los heridos fueron enfermando y muriendo. Encima, pequeñas e incesantes guerrillas nos acechaban y, ya tan débiles, conseguían  causar numerosas bajas en nuestras filas, decreciendo poco a poco nuestro ejército.
            Todo empezó en una de esas emboscadas. Ocurrió en medio un frondoso bosque de pinos, en el cual, la primera vez que pasamos por él, había un ancho sendero; ahora había desaparecido por completo. En su lugar una densa capa de nieve cubría la superficie llegando a cubrirnos por encima de las rodillas. A pesar de nuestras botas altas, la nieve se nos metía dentro  helándonos los pies. Aquello sería el fatal para muchos de los soldados. Yo estaba en la retaguardia, en el último batallón, de pronto, cual fantasmas se tratasen, cientos de enemigos surgieron de entre los matorrales, de encima de los árboles, de dentro de la nieve… Habíamos caído en una emboscada. Como pudimos sacamos nuestros rifles, aunque nos fue imposible colocarnos en formación. Empezamos a disparar como locos, casi a ciegas, ya que los astutos rusos eran casi invisibles con sus vestiduras albas; estábamos en completa desventaja, no podíamos verlos y nuestra movilidad, allí incrustados en la nieve, era extremadamente lenta. Nos dispersamos intentando salvar nuestras vidas refugiándonos detrás de cualquier tronco, roca o lo que fuera. Antiguamente, los nórdicos creían que el infierno era de hielo y nieve, y nosotros, estábamos en él. Afortunadamente, yo conseguí adentrarme en el bosque. Corrí con todas mis fuerzas, y en la huída, perdí sin darme cuenta el rifle.
            Caminé y caminé sin ser consciente del tiempo, y cuando me detuve, me encontré perdido en medio del bosque. Se puso a nevar con una intensidad jamás vista por mis ojos antes, probablemente fue lo que me salvó, ocultándome del enemigo, pero también iba a ser mi perdición. El rastro que yo iba dejando, se borraba al poco tiempo,  y me impedía distinguir el regreso al camino. Anduve por la espesura del bosque sin rumbo. En más de una ocasión me encontré en sitios por los que ya había pasado, estaba perdido. Encima, el hambre y el cansancio eran demonios psicológicos a los que ya no era capaz de vencer. No me notaba los pies, probablemente estaban en fase de congelación y cuando la sangre empezara a reducir su flujo, dejarían de responderme. Finalmente me desplomé. Me acordé de mi familia que había dejado en París: mis padres, mis hermanos, mis tíos, mis amigos, mi perro… y me resigné a morir. Mis párpados se cerraron y las tinieblas acudieron a mí.
            En la infinita oscuridad, de pronto, una cálida luz surgió. Sentí que me atraía hacia ella, que llamaba a la vida. Con esfuerzo abrí los ojos. ¿Qué era aquella luz? ¿Fuego? Efectivamente, estaba tumbado junto una hoguera. Noté una húmeda caricia en mi mejilla, y comprobé, que algo o alguien me estaba lamiendo un rasguño que me había hecho en la huída. Al percatarse de mi movimiento y de que había recuperado el conocimiento, aquella figura se apartó de mí, veloz cual sombra en la oscuridad. Como pude, me incorporé torpemente: estaba en el interior de una cueva. Era bastante profunda, ya que la luz de las llamas era insuficiente para apreciar sus paredes y mucho menos su salida. Bajo mí, había un cálido lecho, hecho con pieles de animales que no logré distinguir. Observé mis magulladas piernas, me habían quitado las botas y me habían envuelto los pies en aquellas desconocidas pieles. Moví los dedos, y un gratificante e intenso dolor recorrió todo mi cuerpo, había recuperado la sensibilidad. Poco a poco, mis ojos se fueron acostumbrando a la tenue pero cálida luz procedente de la hoguera que iluminaba un pequeño perímetro de aquella cámara natural. Busqué en las sombras, quería conocer a mi salvador. Barajé la posibilidad de que pudiera ser algún cazador ruso, pero quedó descartada al encontrar la estilizada silueta que me observaba inmóvil frente a mí. Intenté levantarme, y al hacerlo, caí  de bruces. Aquella persona no se inmutó, me seguía mirando con brillantes e intensos ojos grises, desconfiaba de mí.
-         No quiero hacerte daño – le dije, pero no se movió.
 Intenté nuevamente ponerme en pie, pero aún estaba demasiado débil. Aquella individua se apiadó de mí y cautelosamente se fue acercando con intención de ayudarme, y al fin, la vi. Su imagen me hipnotizó, era el ser más hermoso que mis ojos jamás habían visto. Su esbelto cuerpo de piel blanca estaba marcado y enseñaba su perfecta musculación. Unos harapientos trozos de piel, a penas cubrían aquel menudo, pero fuerte cuerpo, al igual que sus pies, y lo primero que pensé, fue de cómo sería capaz de aguantar aquellas gélidas temperaturas sin apenas abrigo. Lo que realmente me dejó prendado de ella, fue su rostro. Bajo una enmarañada cabellera azabache vislumbré su rostro angelical. Sus rosados y finos labios, su pequeña nariz y sus penetrantes ojos grises bajo sus finas y negras líneas por cejas. Al ver que la observaba atónito, se sintió intimidada y se paró.
-         No te haré nada – insistí.
Alcé mi mano amistosamente, y su fino rostro, se frunció ferozmente mostrándome sus pequeñas y blancas fauces. Intenté calmarla con un tranquilizador siseo. Pareció surgir efecto y una dulce y firme voz me habló sin que saliera sonido alguno por su boca. ¿Puedo confiar en ti? Me dijo.
-         Por supuesto que sí – le contesté – no tienes porqué temerme.
Pasé un tiempo al cuidado de aquella misteriosa muchacha que, aparentemente, no tenía nombre. Ella me traía liebres y pequeños roedores para comer, que yo cocinaba en la hoguera que permanecía encendida las veinticuatro horas del día. También me traía agua dentro de un viejo casco del ejército ruso, la cual, aceptaba agradecidamente. El miedo que ella sentía sobre mí, poco a poco, fue desapareciendo. Ella nunca pronunciaba palabra alguna, pero sin saber como, se comunicaba conmigo; la sentía en mi mente. Por las noches mientras dormía, como hacen los perros con sus cachorros, me lamía el rostro con intención de lavarme. Yo me dejaba, era una sensación realmente agradable, cálida, llena de ternura.
Una noche, cuando yo estaba ya casi recuperado, ella se acurrucó a mi vera. La rodeé con mis brazos, se sobresaltó al principio, pero luego me permitió que la arropara contra mi cuerpo. La besé con ternura, ella no parecía saber el qué hacer, pero lo aceptó gustosamente, y nuestros cuerpos se encajaron convirtiéndose en uno solo. Jamás sentí tanta pasión, tanto placer, tanto amor.
Ya por fin, con las fuerzas recuperadas, pensé que mi deber era volver a casa. Necesitaba saber qué había pasado con la guerra, con Napoleón, saber si mi familia estaba bien, o eso es lo que pensé en aquel momento. Se lo comenté por la noche, con intención también de pedirle que me acompañara, pero no tuve ocasión. Cuando escuchó que pensaba marcharme, su rostro se oscureció y se marchó corriendo fuera de la cueva. Aquella  noche ella no apareció, y la pasé solo y apesadumbrado. A la mañana siguiente ella aún no había regresado a la cueva. En la hoguera apenas quedaban unos carbones ardientes, eso significaba que no había venido ni para traer leña para mantenerla encendida. Así que me preparé una improvisada bolsa con carne, me atavié para el viaje y salí al exterior. La luz del día me cegó, había estado demasiado tiempo en la oscuridad de la caverna. Me estiré para desentumecer los músculos. Lo cierto era que no tenía idea de dónde estaba ni hacia dónde tenía que ir. De pronto, unos matorrales se movieron y de él salió un lobo negro. Me sobresalté y en ese instante eché de menos el rifle. Pero la voz de mi salvadora, de aquel salvaje pero angelical ser, me habló: Sigue al lobo. El animal se había sentado y me observaba con penetrantes ojos grises e inteligentes. Aunque realmente no supiera nada de aquella muchacha, confiaba en ella, no solo porque me hubiera salvado la vida, sino por algo más. En aquellas dos semanas que había pasado en el refugio, había surgido algo, algo espiritual.
El viaje, aunque largo, fue bastante tranquilo. La nieve ya se estaba derritiendo y en el ambiente se empezaba a respirar la primavera. Mi acompañante, a parte de ser mi guía era mi protector. Me traía animales que cazaba y me llevaba a manantiales o estanques en los que beber agua fresca. Aquel peculiar y silencioso compañero me guió hasta la frontera, en donde se detuvo. Ahora tendrás que seguir solo. Mientras andaba hacia la aduana el lobo negro me observaba con sus imponentes ojos. Al entrar en Prusia todo fue fácil y pronto llegué a mi patria.
En Paris todo estaba revuelto. La derrota de Napoleón había subido las temperaturas y en las calles se respiraba la tensión. No se porqué motivo, en vez de volver a casa, lo primero que hice al llegar a la ciudad, fue ir al cementerio para encontrarme con mis compañeros caídos en la nefasta última batalla. Encontré a amigos, vecinos y conocidos que habían muerto. Mientras miraba las lápidas, cual fue mi sorpresa al encontrar la mía. Me habían dado por muerto y me habían enterrado. Pensé en cómo se habrían sentido mis padres y mis hermanos al enterarse de la noticia. Salí cabizbajo a la calle, y emprendí camino entre las calles, sin rumbo fijo, bajo la sombra de mis pensamientos. Por extraño que parezca, no me sentía bien, el regresar a casa, en esos instantes me entristecía. Caminé por las frías calles observando a la gente. Todos con sus preocupaciones, corriendo de un lado a otro para llegar a un sitio o a otro, y me resultó patético. Observé las aguas grises del Sena reflejando la bella cúpula blanca de la Basílica del Sacré Coeur y me sentí vacío. Sí, quería a mis padres, pero yo había perdido las ganas de estar en la civilización. Y lo cierto es que me traían sin cuidado los problemas económicos, los anhelos de nuestro emperador o la maldita guerra. Mi espíritu patriótico había muerto la primera vez que había podido ver sus ojos. Aquella salvaje muchacha, grácil, alegre, feliz. Me sentí estúpido. Muy estúpido. No me había despedido de ella ni le había dado las gracias. Con todo lo que había hecho por mí… Y ni tan siquiera sabía su nombre. Ahora, sabiendo de la existencia de tal formidable ser, mi vida iba a ser desgraciada, a no ser que pudiera compartirla con ella.
Como no había avisado a mis padres de mi regreso, no volví a casa. Estuve varias semanas deambulando por las calles. En alguna ocasión me topé con algún conocido, pero mi sucio y desaliñado aspecto y la espesa barba que me había crecido cubriéndome la cara, hizo que ni se percataran de mi presencia. Intenté dormir entre cartones, pero su presencia en mi mente me atormentaba. La anhelaba, la necesitaba, la quería, la amaba. Pensé que la única manera en la que yo podía vivir feliz era estando con ella, aunque tuviera que vivir en un lugar con un clima tan adverso. No importaba. Así que volví a Rusia, a mi verdadero hogar.
Allí en donde lo había dejado encontré al lobo negro. Esperándome, me observaba con sus ojos grises. Y entonces lo comprendí. Era ella. Era el ser del que me había enamorado. En el instante en que nos conocimos había surgido una mágica conexión. No sabía como pero el pesar que yo había sentido en su ausencia, también era el pesar que ella había sentido en la mía.
El lobo se adentró en el bosque y yo corrí tras él, o mejor dicho tras ella. Pero era demasiado veloz para mí y me dejaba atrás. Entonces me habló: ¿Te gustaría poder alcanzarme?
-         Sí – le respondí.
Mis pies y mis manos se transformaron en garras y entonces fui capaz de seguirla. Una manada de lobos se nos unió recibiendo al nuevo miembro. Así recuperé mi felicidad y juntos recorrimos los vastos bosques de todo el inmenso país.
 Pero no volváis a buscarme, porque no permitiría que nadie le hiciera daño a mi amada y es posible que os atacara.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Inicio de cuento de terror


La luz se hizo, y tal como se hizo se apagó. La siguió un desgarrador estruendo. Los periódicos ya habían anunciado la tormenta del año. En la oscura noche la joven María corría entre los negros y estrechos callejones. Las cornisas chorreaban y ríos de agua serpenteaban en el resbaladizo pavimento. La sombra negra que lo seguía llevaba un cuchillo en la mano, ella lo había visto, y en uno de los relámpagos le había percibido sus terroríficos ojos grises con sed de sangre. María había gritado tan fuerte como había podido pero el ruido provocado por la tormenta acallaba su voz y había desistido en desperdiciar sus fuerzas. Además a aquellas horas de la noche y con tremenda tormenta no había nadie por las aceras ni tan siquiera automóvil circulando por la vía. Corría y corría, pero las puertas de las casas estaban cerradas, todas menos una. Allí creyó encontrar su salvación. La puerta trasera de la iglesia que llevaba al campanario, allí podría esconderse hasta que saliera el sol, o eso pensó y sin dudar empezó a subir las escaleras.

Inicio de cuento idílico


El día en que la vio por primera vez, supo que su felicidad solo sería posible estando junto a ella. El automóvil se detuvo.
-         Ahora tenemos que seguir a pié – le dijo a su amada.
Bajaron del coche y se introdujeron en el bosque, siguiendo un sinuoso sendero, y a unos pocos metros llegaron al mirador.
-         Hemos llegado a tiempo, el sol todavía no se ha puesto.
Ante ellos, bajo sus pies, se extendía bello y acogedor el pueblo, entre sus casas blancas y bajas solo sobresalía el alto campanario de la iglesia.
-         ¡Es precioso! – exclamó ella.
-         Ahora viene lo mejor.
El astro empezó a esconderse más allá del pueblecito, detrás de las montañas.
Ella permanecía atónita, observando las maravillas de la naturaleza y como las negras sombras crecían poco a poco, pero él, estaba pendiente de otra cosa. Sacó de su bolsillo una cajita negra que guardaba celosamente la abrió y se la tendió.
-         ¿Quieres casarte conmigo?
Ella atónita miró el anillo de oro blanco con un rubí incrustado. Los ojos se le humedecieron debido a la emoción.
-         Si, quiero.
Entonces, él ya no pudo contener más la sed de sus labios así que la estrechó entre sus brazos y la besó.

martes, 7 de diciembre de 2010

Ultra Tochoesponja.


·      Lea detenidamente las instrucciones, o mejor lea las de la lavadora que le serán de más utilidad.
·       En caso de duda consúltelo con su almohada.

INDICACIONES
Ultra Tochoesponja Jdteam es el producto indicado para los hombres tochos. Su efecto masajeador relajante la hace un producto indispensable para hombres de verdad.

CONTRAINDICACIONES
No para uso de nenazas. No frotar demasiado en zonas sensibles si no quieres perderlas.

EFECTOS SECUNDARIOS
Si se usa en exceso:
-         Entumecimiento de miembros.
-         Hepatitis.
-         Fiebres, diarreas y vómitos.
-         Al paciente que pilló malaria no se comprobó al 100% que el causante fuera la Tochoesponja.
-         Mongolismo.
-         Ganas de jugar al Lineage.

ADVERTENCIA
No fumar ni beber a la vez que la usas ya que el agua apaga el cigarro y el jabón puede afectar al sabor del whisky.



MANTÉNGASE FUERA DEL ALCANCE DE LOS NENAZAS

A Jose, su actual propietario y al JodeTeam